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LA OBERTURA DEL EVANGELIO DE LUCAS (Lc 1, 26-38)

 

Si el Evangelio fuera una ópera podríamos decir que la anunciación sería la primera escena de su obertura. Así lo afirman Marcus Borg y Dominic Crossan en su libro “La primera Navidad”. Es decir, los relatos del nacimiento y la infancia de Jesús serían la “obertura” del Evangelio y, como en muchos preludios musicales, en ellos aparecen ya los temas y las melodías que después se desarrollarán en el resto de la obra. 

 

Dicho de otra manera, estas narraciones son como un Evangelio en miniatura escrito en forma de relato parabólico, que contiene ya los grandes temas de todo el Evangelio y que tratan, no de contar hechos históricos u objetivos sobre la infancia de su protagonista, sino de dar testimonio de la enorme trascendencia que tuvieron para quienes lo redactaron la vida, la actividad liberadora, la enseñanza, la muerte y la resurrección de su Jesús. 

 

De una manera muy plástica y poética este relato trata de responder ya desde el principio a la gran pregunta que nos trasladan los evangelistas: ¿Quién es Jesús de Nazaret para nosotros? No sólo en el Antiguo Testamento, sino también en la tradición grecorromana, los nacimientos prodigiosos hablan de la personalidad y el destino del personaje a través de su origen. 

 

El contexto de la escena (Nazaret, una aldea sin relevancia; Galilea, una provincia alejada del centro de la institución judía) nos habla de la radical novedad que supone la figura de Jesús y su cercanía al mundo de los pobres. La figura de la virgen lo pone en relación con el cumplimiento de las promesas proféticas (“La virgen concebirá y dará a luz un hijo...” de Is 1, 22-23) a la vez que sitúa su origen y sustrato humano en lo mejor de la tradición del pueblo de Israel, la absoluta fidelidad a Dios. 

 

Pero Jesús es también “Hijo de Dios”, no de ningún padre humano, no hijo de David como el Mesías que esperaban muchos de sus compatriotas. Porque ser hijo no es solamente nacer de un padre, sino heredar de éste su forma de ser y hacer, ser como él; y Jesús no tiene por modelo a un rey guerrero y conquistador, sino a un Padre-Madre que da vida. De ahí también su nombre: Jesús, Dios salva. 

 

La concepción por obra del Espíritu Santo nos remite a la fuerza creadora de Dios que inaugura en Jesús una nueva humanidad. Esta novedad contrasta con el orden vigente en aquel momento de la historia, representado por el poder imperial de Roma. Jesús, impulsado por la fuerza del Espíritu, y no el emperador, es el cumplimiento del sueño de Dios para la humanidad. 

 

Contemplemos la escena, escuchemos la melodía y reconozcámosla en el resto de la obertura que disfrutamos cada Navidad. 

 

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