UN DESIERTO MUY FRECUENTADO (Mc 1, 12-13)
Comienza la Cuaresma y el breve texto evangélico que nos presenta la liturgia del primer domingo condensa en apenas dos versículos el sentido de este tiempo litúrgico. El relato paralelo de los otros dos sinópticos es mucho más colorido y teatral; pero Marcos ya nos tiene acostumbrados a decir mucho en muy pocas palabras.
En primer lugar, Marcos sitúa el decorado de la escena: “Inmediatamente el Espíritu lo empujó al desierto”. Verbo (empujó) y adverbio (inmediatamente) dan idea de la urgencia y la fuerza del impulso que conduce a Jesús a ese escenario tras su bautismo. Este desierto no tiene una localización geográfica, en contraste con el desierto de Juan que se encontraba al otro lado del río Jordán. Si añadimos a esto el hecho de que es un desierto muy poco desierto (está habitado por diferentes personajes) es fácil pensar que no estamos ante un lugar concreto y determinado, sino ante un espacio que tiene sentido figurado.
En los destinatarios del evangelio resuena el desierto como el lugar del éxodo de Israel. Marcos entiende la misión de Jesús como un nuevo éxodo, el éxodo del Mesías, que culmina con su muerte y resurrección.
“Se quedó en el desierto 40 días”. También esta notación temporal está asociada a los 40 años de Israel en el desierto, reforzando el sentido que quiere transmitir el evangelista. 40 en la cultura bíblica es un tiempo largo y estable relacionado, el tiempo de una generación.
Por tanto, Jesús no va en un momento determinado a un lugar apartado y desierto para hacer una especie de retiro. El desierto es el lugar en el que se desarrolla su éxodo, es decir, la sociedad judía; y el 40 representa el tiempo en que esta misión se va a llevar a cabo, o sea, una vida pública que culminará en su muerte.
En el desierto, Jesús es “tentado por Satanás y vivía con las fieras”. La sociedad donde Jesús va a anunciar el Reino con sus palabras y sus acciones liberadoras va a recibirlo con hostilidad. Por un lado, aparece el personaje de Satanás. Que nadie piense en un diablo con cuernos y tridente. “Satán” significa el “adversario”, es decir, es el enemigo de Jesús.
Por tanto, es una figura simbólica que representa la ideología contraria a su misión liberadora, y por ello, hará todo lo posible por desviar a Jesús de su compromiso, induciéndolo a renunciar a su mesianismo de servicio a la humanidad por el mesianismo de poder y de triunfo que muchos esperaban. Dicho de otra manera, a lo largo de su vida Jesús tendrá que afrontar la seducción de una vida más cómoda y exitosa.
Pero, como siempre ocurre con el poder, si la seducción no funciona siempre se puede recurrir a la violencia. Y para eso están las fieras, figura de quienes hostigarán a Jesús hasta conducirlo a la muerte.
En el desierto también están los ángeles que “le servían”. Jesús no estará solo, sus seguidores le acompañarán y colaborarán en su misión. Este es un buen programa para la Cuaresma: convertirnos en “ángeles” que prestan adhesión al proyecto liberador de Jesús sin dejarse persuadir por el deseo de usar el poder en su propio beneficio ni amedrentar por el rechazo o las amenazas que puedan derivar de su compromiso.
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