EL BAUTISMO DE JESÚS: UN COMPROMISO HASTA LA MUERTE (Mc 1, 7-11)
Acaba el tiempo de Navidad con la solemnidad del bautismo del Señor y la liturgia nos presenta este año el texto de Marcos. Es una de esas escenas del Evangelio que no podemos leer desde una ingenua literalidad del relato. Lo que a simple vista son hechos prodigiosos, en realidad son las claves que nos ofrece el evangelista para interpretar la escena en toda su hondura.
Esto no quiere decir que se trate de una total invención de Marcos. Los especialistas en el Jesús histórico están de acuerdo en que es muy probable que Jesús se acercara a Juan, como tantos otros judíos, que recibiera su bautismo y que formara parte de su grupo, de manera que la predicación del Bautista influyera en parte en su mensaje. Como afirma Antonio Piñero es también probable que reuniera un grupo de discípulos de entre los de su maestro y que fuera a la muerte de éste a manos de Herodes, cuando emprendiera junto con ellos un camino propio como profeta itinerante (Piñero, 2018).
A partir de ahí, el evangelista compone una escena que le va servir para presentar a Jesús como el ungido por Dios para ser Mesías liberador. Comienza poniendo en boca del Bautista unas enigmáticas palabras: “no soy quién para agacharme y desatarle la correa de las sandalias”. Esto hace referencia a la costumbre judía del levirato, según la cual si un hombre moría sin hijos, un pariente debía desposar a la viuda para darle descendencia. Si a quién le correspondía declinaba esta obligación, ésta recaía en el siguiente familiar más cercano y como signo de aceptación éste debía quitarle la sandalia al primero.
Teniendo en cuenta el simbolismo bíblico de la boda-alianza entre Dios y el pueblo, las palabras de Juan vienen a decir que Jesús, y no el Bautista, es el esposo; o lo que es lo mismo, es Jesús quien va a establecer una nueva alianza a través de su muerte y resurrección. Claramente, la comunidad en la que nace el evangelio de Marcos, en su reflexión sobre Jesús, invierte los términos, convirtiendo al maestro en precursor y al discípulo en Mesías.
Siguiendo esa lógica, el propio Juan anuncia que el bautismo que Jesús va a traer es superior al suyo. El bautismo de Juan en el Jordán es un rito externo que expresa el arrepentimiento y la ruptura con un pasado pecador. Mientras que Jesús no va a bautizar con agua, sino con Espíritu Santo; es decir, va a comunicar el aliento y la fuerza de Dios que transforma e inspira una nueva vida.
A continuación, en una escena breve, pero llena de plasticidad y simbolismo, Marcos presenta el modelo de ese nuevo bautismo a través de la experiencia de Jesús.
Jesús llega como uno más y es bautizado por Juan. Pero, hay una omisión en el texto que marca una gran diferencia: mientras todos se arrepentían de sus pecados para ser perdonados, no se hace ninguna referencia a esto en el caso de Jesús. Jesús no tiene que romper con su pasado porque no hay mal en él, no ha cometido injusticia ni causado daño a nadie. Por tanto, en su caso el bautismo tiene un dignificado diferente.
Aquí es importante notar que se trataba de un bautismo por inmersión, tal como nos hace pensar la expresión “mientras salía del agua”. Uno de los varios significados del agua en el universo bíblico es el de lugar de muerte (el agua es vida, pero también provoca muerte y destrucción). Por tanto, sumergirse en el agua significa de alguna manera morir. Lo que para los demás es “morir” al pasado pecador, en Jesús es anuncio de su muerte en el futuro. Dicho de otra manera, al bautizarse Jesús asume el compromiso de entregar su vida por amor hasta la muerte. El “salir del agua” anuncia que recobrará su vida a través de la resurrección.
Este simbolismo del bautismo como asumir la entrega total y nacer a una nueva vida, es bien diferente del de limpiar el “pecado original” que se nos ha ido introyectando en el imaginario cristiano desde la Edad Media. Seguramente resulta difícil descubrir ese sentido contemplando como cae un chorrito de agua por la cabeza de un bebé. Hay que tener en cuenta que durante los primeros siglos solo se bautizaba a personas adultas y tras un largo catecumenado que solía durar varios años.
En ese momento, el evangelista cambia la mirada y pasa de narrar los hechos desde fuera a hacerlo desde la perspectiva de Jesús: “vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar como paloma”. Es una manera de advertir que la imagen que aparece a continuación no es algo al alcance del observador, sino que se trata de una experiencia personal de Jesús.
Jesús pues, experimenta dos cosas. El cielo que se rasga es una expresión de gran potencia; rasgar es abrirse de manera irreversible, lo que se rasga no puede volver a cerrarse. Es una manera de decir que en Jesús se ha abierto una vía de comunicación entre Dios y la humanidad que no se cerrará nunca. Ya no son necesarios los “mediadores profesionales”, ni los ritos o prácticas de pureza, la conexión con Dios es directa. Esta “visión” de Jesús conecta con el momento de su muerte, cuando también se rasga el velo del templo (Mc 15, 38) confirmando que en Jesús desaparecen las fronteras entre el cielo y la tierra, lo divino y lo humano, lo sagrado y lo profano.
La segunda experiencia de Jesús es el Espíritu que baja en forma de paloma. Estamos muy acostumbrados por siglos de iconografía religiosa a asociar este ave con la tercera persona de la Trinidad. Mucho más reciente es su simbolismo como potadora de paz que data de mediados del siglo XX. Pero, ¿por qué utiliza Juan una paloma? No, desde luego, porque en hubiera realmente una revoloteando sobre la cabeza de Jesús al salir del agua. Por un lado, la paloma era conocida por la fidelidad a su nido (Noé elige una paloma para que regrese al arca). Por tanto, Marcos nos está diciendo que el “nido” del Espíritu es Jesús; en él se da la perfecta fusión ente Dios y la humanidad, en ese movimiento doble que lleva a Jesús a elevarse (salir del agua) y a Dios a abajarse (bajar hasta él como paloma). Por otro lado, el evangelista elige un símbolo amable para representar al Espíritu que inspira el mesianismo de Jesús, muy alejado del fuego o la fuerza de otros personajes de la historia de Israel, como Elías o Sansón. Jesús no utilizará la violencia, sino que su mesianismo se caracterizará por el amor.
La respuesta de Dios ante el compromiso de Jesús expresado por su bautismo se completa con la voz en el cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado, en ti he puesto mi favor”. Ser “hijo” en el mundo bíblico no significa solamente haber recibido la vida del padre, sino también ser como él, actuar como él. Es decir, la voz confirma que la entrega generosa de Jesús le hace semejante a Dios, o dicho de otra manera, en Jesús se revela claramente la verdadera naturaleza de Dios, que es Padre y que da vida por amor.
El apelativo “el amado” recuerda a Isaac (Gen 22, 12). Igual que en aquel episodio, Dios acepta el sacrificio de Jesús, pero de modo diferente. Si en la historia del Génesis era Abrahán quien ofrecía a su hijo por el honor de Dios, aquí es el hijo el que se ofrece, pero por la liberación de todos.
Finalmente, “en ti he puesto mi favor” entronca con Is 42, 1 donde el profeta alude al Siervo de Dios que “instaurará el derecho y la justicia en el mundo entero”. De esta manera, se refuerza la idea de que el proyecto de Jesús se identifica con un Reino de paz y justicia de carácter universal y no puede, en modo alguno, asociarse al mesianismo triunfal y nacionalista que abundaba en la expectación popular en la época de Jesús.
En síntesis, vemos que el bautismo de Jesús narrado por Marcos ejemplifica el bautismo con Espíritu Santo que Juan anuncia como propio de Jesús. Es, por tanto, el prototipo de lo que debería ser el bautismo cristiano. Puede ser bueno recordarlo cada vez que renovemos las promesas de nuestro bautismo: “muestra el compromiso positivo que a todos toca hacer, la adhesión a Jesús con la entrega de sí mismos a una misión como la suya, colaborando con él en la salvación de la humanidad” (Juan Mateos, 1993).
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