POR SU/SUS TÍTULO/S LO CONOCERÉIS (Mc 1,1)
El texto del evangelio de Marcos que nos propone la liturgia de este segundo domingo de adviento es muy especial. En primer lugar porque se trata del principio del que probablemente es el primero de los cuatro evangelios; pero, además, porque el primero de sus versículos en realidad no forma parte del texto, sino que es el título del libro que Marcos escribió.
Efectivamente, “Orígenes de la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios” es, en realidad, el título de la obra que sigue a continuación.
Está claro, que ninguno de los cuatro libros que relatan la vida y las palabras de Jesús de Nazaret lleva por título “Evangelio de…”. Esto tan normal de denominar evangelios a los escritos que encontramos al principio del NT y a otros fuera de él, en realidad tiene un origen difícil de conocer. El concepto de evangelio como libro no aparecerá hasta el siglo II, puede que en la Didajé, un libro del cristianismo primitivo que no entró en el canon del NT, aunque no queda claro si es ese el sentido que quiso darle el autor. Lo que es seguro es que Marción, un personaje del siglo II, que pretendía hacer un 4x1 con los evangelios basándose en el de Lucas, denomina al resultado de su trabajo de esa manera.
Sin embargo, el libro de Marcos sí tiene título y el título en cualquier obra tiene una enorme importancia, es una especie de resumen de la obra y, a menudo, encierra una declaración de intenciones en la que el autor quiere exponer el objetivo o el sentido que tiene su escrito. Esto es exactamente lo que encontramos en el primer versículo de Marcos, hasta el punto de que un especialista como Lamarche llega a decir que este pequeño fragmento resume lo esencial de la cristología de Marcos, es decir, dice quién es Jesús y cuál es el sentido de su vida y su obra.
Veamos entonces, lo que encierra esta “portada” del libro. “Orígenes” no se refiere, pues, a la historia de Juan que es lo que viene a continuación. En realidad, todo el libro va a narrar los orígenes, no de Jesús, sino de la buena noticia de Jesús. Aquí hay un detalle importante que nos aclara el sentido de los evangelios: no pretende comunicar la buena noticia, sino el origen de la buena noticia. Es decir, no es un libro escrito para quien no conoce el mensaje de Jesús, sino que su objetivo es catequético, o sea, pretende servir para la formación de la comunidad cristiana. Los destinatarios ya han experimentado la buena noticia. Por eso, Marcos va a narrar sus orígenes, es decir, los acontecimientos de la vida de Jesús hasta su muerte y resurrección.
Esta buena noticia o evangelio no es meramente conceptual, sino que está encarnada en la actividad liberadora de Jesús para toda la humanidad; o lo que es lo mismo, la buena noticia se identifica con la persona, el mensaje y la actividad de Jesús. Todo ello se resume en los títulos elegidos por el evangelista para aplicar al protagonista de su narración: “Jesús, Mesías, Hijo de Dios”. No se puede decir tanto con tan poco.
Veamos primero el término Mesías. Es una palabra hebrea que significa “ungido” y que procede de la acción de ungir con aceite la cabeza de la persona designada por Dios para ocupar una dignidad o asumir una vocación o una misión. En el Antiguo Testamento se aplica a los sacerdotes, a los profetas y, sobre todo, a los reyes de Israel y de Judá, como atestiguan los libros de Samuel y de los Reyes.
Más adelante empezó también a aplicarse a un “futuro rey” que había de venir a cambiar radicalmente la suerte de Israel, liberando al pueblo de la opresión de los imperios extranjeros, purificando las instituciones religiosas e instaurando un reino de paz y justicia para siempre. Aunque en algún momento también se le identificó con un nuevo sumo sacerdote, en la época de Jesús sus rasgos más comunes eran los de un caudillo guerrero que gobernaría, como dice el Salmo 2, “con cetro de hierro”.
No es esa la idea que Marcos quiere transmitir sobre Jesús porque la calidad de su mesianismo es muy diferente. Para ello, utiliza una sencilla omisión: no dice “Jesús, el Mesías”, sino “Jesús, Mesías”. Si lo hubiera determinado con el artículo dejaría entrever que se refiere al Mesías conocido y esperado por todos; al no determinarlo viene a expresar que se trata de un Mesías entre otros, o sea uno diferente del rey guerrero de las esperanzas populares. Al mismo tiempo, ese ser Mesías entre otros es una manera de proclamar que la unción del Espíritu por la que Jesús es enviado no está reservada solo a él. O lo que es lo mismo, al comunicar su Espíritu, Jesús va a hacer partícipes a sus seguidores de su unción, lo que los convertirá también en “mesías”.
Pero, Marcos escoge también el título de “Hijo de Dios”. A diferencia de la anterior, esta designación no es solo propia del judaísmo, sino que también es utilizada en la cultura grecolatina. Esto deja bien clara desde el principio una de las premisas fundamentales de la cristología de Marcos: la buena noticia del Reino no se dirige exclusivamente al pueblo judío, sino que la misión de Jesús tiene una irrenunciable vocación universalista.
Además, “hijo” en el mundo bíblico es quien se parece a su padre. En este sentido, la elección del título no es gratuita. La denominación usual del Mesías era la de “Hijo de David”, es decir, su modelo era el mítico rey guerrero del origen de Israel. Mientras que el modelo de Jesús, es Dios mismo. Dios que es Padre de todos, el que da vida a todos a través del Espíritu, no quien bendice a su pueblo y destruye a sus enemigos. Nótese que “Hijo de Dios” también va sin artículo, denotando que Dios también es el modelo para todos los seguidores de Jesús.
Resumiendo: conocemos mucho del contenido del evangelio por su título y los títulos escogidos por Marcos también nos ofrecen muchos indicios para conocer a la figura central del libro que comienza de esta manera. Marcos se propone relatar el origen de la buena noticia que ya están experimentando en sus vidas los destinatarios de la historia. El origen de esta buena noticia se encuentra en las palabras y los hechos de Jesús, ungido por Dios como Mesías universal de la entrega y el servicio a la humanidad, frente a un mesianismo exclusivista de poder y de violencia. Esa opción por el amor hasta dar la vida le asemeja a Dios Padre. Todos los que seguimos a Jesús estamos llamados a esa calidad de mesianismo, a esa filiación divina.
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