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LAS BIENAVENTURANZAS: CARTA MAGNA DE LA COMUNIDAD CRISTIANA (Mt 5, 1-12)

 

Cuando comparto algún taller de Biblia con profesores de religión, grupos o comunidades me gusta realizar el siguiente ejercicio: les pido que imaginen que todo el Nuevo Testamento va a desaparecer y que deben escoger el fragmento que les gustaría salvar… generalmente se produce bastante diversidad; con frecuencia, hay gente que escoge el mandamiento del amor y otros, los relatos del nacimiento, la pasión o la resurrección. Pero, hay un fragmento que siempre aparece, independientemente del grupo del que se trate: las Bienaventuranzas, especialmente las de Mateo, que son más conocidas que las de Lucas.

 

Lo cierto es que sobran razones para otorgar a las Bienaventuranzas el privilegio de ser salvadas de un imaginario naufragio bíblico. Es uno de esos textos que, como los relatos del nacimiento o la pasión, sintetizan de forma magistral el mensaje evangélico. Si el centro del mensaje de Jesús es el Reino de Dios, las Bienaventuranzas constituyen el código de ese Reino. Estos días que se celebra un juramento regio con toda su parafernalia, podríamos decir que las Bienaventuranzas son, en lenguaje actual, la constitución de la comunidad cristiana.

 

Como sabemos, cada evangelista tiene su propio plan teológico que, en gran medida, responde a las circunstancias en las que debe reinterpretar la figura y el mensaje de Jesús. La comunidad de Mateo, fundamentalmente formada por cristianos de origen judío,  se encuentra radicalmente enfrentada a la sinagoga: los judíos acusan a la comunidad de ser unos traidores porque al admitir en su seno a los paganos han renunciado a su vocación de pueblo elegido. Por eso, Mateo tiene mucho interés en dejar muy claro que Jesús es el Mesías esperado por las promesas del Antiguo Testamento, pero que esas promesas no son exclusivas del pueblo judío, sino que  incluyen a toda la humanidad. De forma que se esfuerza por presentar a Jesús como un nuevo Moisés, una de las imágenes tradicionales que servían para presentar al Mesías.

 

Así que la escena de las Bienaventuranzas está concebida en paralelo al relato de la alianza del Sinaí. Si allí el pueblo de Israel selló su alianza con Dios y recibió las tablas de la Ley, aquí es la comunidad cristiana la que establece con Jesús una nueva alianza y recibe el código de la nueva Ley. El paralelismo es evidente, pero también lo son las diferencias.

 

Siguiendo la descripción de la escena que hace Mateo, una multitud procedente de todo Israel sigue a Jesús. Todavía no son discípulos suyos, pero ven en él una esperanza y le siguen. Jesús sube “al monte”, no dice a cual, lo que le da un sentido simbólico y lo relaciona con el Sinaí. En todas las culturas la divinidad se asocia con lo alto, aunque en realidad Dios no está ni arriba, ni abajo, ni a la derecha ni a la izquierda. El monte es el lugar de la manifestación de Dios en contacto con la historia humana, ya que es lo más alto que hay sobre la superficie terrestre. Jesús se sienta porque el monte es el lugar de Dios y él es el Hombre-Dios y sus discípulos se le acercan. Aquí hay una diferencia fundamental con respecto a la escena del Sinaí. Moisés sube al monte solo y el pueblo se queda fuera de un límite fijado… y quien se atreve a sobrepasar ese límite, muere. Moisés es el intermediario entre Dios y el pueblo. Sin embargo, con Jesús todos tienen acceso inmediato a él, se acabaron los intermediarios.

 

Jesús se pone a enseñar. Lo hace directamente para sus discípulos, pero la multitud lo escucha, su mensaje está dirigido a la humanidad entera. Es Jesús el que establece la nueva alianza porque él es la manifestación de Dios en la tierra. Y empieza diciendo “Dichosos…” El antiguo código, ya caduco, era un compendio de imposiciones (no matarás, no jurarás…). Sin embargo, Jesús no impone, sino que invita a sus seguidores animándolos con una promesa de felicidad.

 

La estructura del texto es fundamental para entender su significado. Las Bienaventuranzas son ocho, organizadas en dos grupos. La primera y la última forman el marco, ambas coinciden en la segunda parte (porque ellos tienen a Dios por Rey) y además tienen el verbo en presente indicando que el Reino de Dios es una realidad que ya existe. Las demás están contenidas en ese marco y tienen el verbo en futuro (porque esos recibirán consuelo). En estas otras seis hay dos grupos claros: las tres primeras hablan de una situación de sufrimiento para la humanidad (los que lloran, los sometidos, los que tienen hambre y sed de justicia) y de la promesa de remediar esa situación de dolor; las tres siguientes plantean cómo la comunidad cristiana afronta y lucha por remediar las situaciones anteriores (ayuda, limpieza de corazón, lucha por la paz).

 

Veamos ahora las ocho bienaventuranzas, una por una. 

 

Dichosos los que eligen ser pobres

 

Puede sorprendernos la traducción, ya que estamos acostumbrados a leer “los pobres de espíritu”. En primer lugar, hay que decir que la palabra que Mateo utiliza es la que corresponde al concepto de menesteroso, del pobre que depende de otros para sobrevivir. En segundo lugar, hay que tener en cuenta que en la cultura hebrea cuando se habla de la interioridad humana se distingue entre "corazón", que serían las convicciones, los hábitos, las cualidades, y "espíritu" que correspondería a los actos derivados del corazón por medio de la voluntad. Dicho de otro modo, ser "pobres de espíritu" o "por el espíritu" significa elegir la pobreza. ¿Cómo es posible que Jesús llame dichosos a los que nada tienen y viven en la indigencia? Pues porque no se trata aquí de que la pobreza sea buena, ni mucho menos, como se ha dicho con frecuencia manipulando el sentido original, que los pobres deban conformarse con su estado que ya recibirán su premio en la otra vida…

 

Elegir la pobreza significa hacer una opción por renunciar a hacer de la ambición de dinero el centro de la vida, una opción por la austeridad solidaria, es decir, por tener poco y compartir lo que se tiene, frente a los valores predominantes del tener, el prestigio y el poder, que siempre van asociados a la ambición de riquezas. Es la opción primera que hay que hacer para entrar en el Reino de Dios; esta es la puerta del Reino.

 

¿Y cómo pueden ser dichosos los que renuncian a lo que todos desean? Pues porque “ésos tienen a Dios por rey”, o sea, ésos participan de una comunidad en la que se vive el amor de Dios, una sociedad nueva, un grupo humano en el que cómo todos se aman nunca habrá miseria ni dependencia y nadie sufrirá las consecuencias de la pobreza.

 

Dichosos los que sufren

 

Mateo toma la expresión del capítulo 61 de Isaías, donde dice “he venido a consolar a los que sufren”. La palabra que usa para “sufrimiento” es de gran intensidad, es la que se usaba para hablar del luto por la muerte de un pariente. Era la manera de expresar el enorme dolor causado por la opresión y la injusticia a la que estaba sometida la mayor parte de la población de Israel. A éstos les promete el consuelo, es decir, el fin de su estado de opresión, de injusticia, de falta de libertad y su paso a un estado positivo, donde exista para ellos la libertad, la justicia, el bienestar;  una situación en el que no haya más sufrimiento.

 

Dichosos los sometidos

 

Esta bienaventuranza está inspirada en el salmo 37 en el que el salmista trata de consolar a los que han sido despojados de sus tierras, algo muy común ya que la posesión de la tierra se iba concentrando en muy pocas manos. La traducción tradicional de “los mansos” resulta rara y errónea, porque nos induce a pensar en gente conformista y sin espíritu de lucha. Sin embargo, los sometidos se refiere a quienes al perder la tierra en manos de los grandes y poderosos terratenientes, han perdido con ella su independencia y su dignidad. A ésos les promete que “heredarán la tierra”, es decir, alcanzarán la tierra prometida, un lugar donde recuperarán su autonomía y su libertad, y con ellas su dignidad.

 

Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia

 

La siguiente bienaventuranza cierra el grupo de tres resumiendo las dos anteriores. Los que sufren y viven sometidos tienen hambre y sed de justicia. La metáfora es de una enorme intensidad, habla de un deseo fortísimo, irreprimible, similar al que sentimos cuando tenemos hambre y sed; porque sin justicia, igual que sin agua o alimento, el hombre no puede vivir. A estos les promete nada menos que “serán saciados”, o sea, que alcanzarán un estado de justicia desbordante. ¿Cómo puede Jesús prometer tal cosa? 

 

Dichosos los que prestan ayuda

 

Las siguientes bienaventuranzas son las que presentan las disposiciones que la comunidad cristiana debe desarrollar para afrontar las situaciones negativas expresadas en las anteriores y hacer realidad las promesas anunciadas por Jesús. El consuelo, la tierra o la justicia no van a llegar por arte de magia, sino por el compromiso de quienes han hecho la opción por el Reino.

 

Preferimos decir “los que prestan ayuda” porque los misericordiosos parece referirse a un mero sentimiento. La misericordia debe ser activa, la solidaridad no puede quedarse en mera proclama. Estar siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesita significa llevar a cabo una actividad liberadora como la que se describe de Jesús en el evangelio. “Ésos van a recibir ayuda” porque, como en el milagro de los panes, la solidaridad genera más solidaridad y quien presta ayuda siempre tendrá a Dios de su parte.

 

Dichosos los limpios de corazón

 

Como hemos dicho el corazón representa la interioridad del hombre en cuanto a sus convicciones, cualidades o sentimientos. Ser limpio de corazón significa, pues, no tener mala idea, ser auténtico, honesto y transparente, igual por fuera que por dentro, no abrigar malos deseos ni resentimiento contra nadie, saber perdonar. 

 

Para proclamar la promesa “ésos verán a Dios”, Mateo se inspira en el salmo 51 cuando dice “¿Quién, Señor, subirá a tu templo y verá tu rostro? El que es puro y de manos inocentes”, pero el cambio respecto del Antiguo Testamento es evidente. Ya no es necesario ir al templo para ver a Dios, no son los ritos ni los sacrificios lo que nos acerca a él, lo que hace que Dios se haga presente en nuestras vidas es esa disposición amorosa hacia los demás que supone un corazón limpio.

 

Dichosos los que trabajan por la paz

 

Igual que la cuarta, la séptima bienaventuranza resume las dos anteriores. Es necesario entender el significado que la palabra paz tenía para los hebreos: la paz no es sólo ausencia de guerra, sino también prosperidad y buenas relaciones entre las personas, derecho y justicia. En definitiva trabajar por la paz significa contribuir de mil maneras a la felicidad de las personas, a su crecimiento, a su plenitud humana y también a la construcción de una sociedad nueva donde eso sea posible.

 

A éstos se les hace la promesa más hermosa, “a ésos los va a llamar Dios hijos suyos”. En la mentalidad bíblica ser hijo significa portarse como el padre. Como Dios es un Padre totalmente volcado en la felicidad de los hombres, los que se portan como él van a ser reconocidos por Dios como sus hijos; dicho de otro modo,  quienes luchan por la paz son la verdadera imagen de Dios para el mundo.

 

Dichosos los que viven perseguidos

 

La última bienaventuranza, en paralelo con la primera, tiene la promesa en presente, indicando que es una realidad actual. Junto con la primera, además, parece la bienaventuranza más difícil de aceptar. Parece una de esas veces en las que a Jesús, entusiasmado con su propio discurso, se le va un poco la mano, como en aquella ocasión en la que dijo que había que amar a los enemigos… 

 

¿Cómo podemos ser dichosos en medio de la persecución? La persecución no es más que la consecuencia de la fidelidad y la coherencia del compromiso de la comunidad. Cuando un grupo humano se toma en serio el compromiso de ser alternativa a los valores dominantes en la sociedad, en cuanto ese compromiso empieza a notarse de manera práctica, puede generarse cierta hostilidad por parte de la sociedad. La persecución puede cobrar muy diversas formas, dependerá de las circunstancias y las épocas, pudiendo llegar incluso a ser una persecución a muerte, aunque la forma más habitual sea el rechazo, la burla, la pérdida de influencia o algún que otro coscorrón. O sea que la persecución es “la prueba del algodón” del compromiso de la comunidad por el Reino. Si la comunidad cristiana está muy en sintonía con los poderes de la sociedad o si nunca entra en conflicto con las instituciones dominantes… es que no está viviendo la alternativa de Jesús. ¡Ojo! No se trata de oponerse por oponerse ni tampoco de hacerse la víctima porque se pierdan prebendas o privilegios, sino de ser coherente y aguantar lo que venga en consecuencia.

 

Otra vez se afirma que “ésos tienen a Dios por rey”. Aguantar a pie firme frente a la persecución es posible cuando se forma parte de un grupo en el que se vive la alegría, el compartir, la igualdad, el servicio, valores que nos sostienen en medio de la adversidad. 

 

Ya tenemos la constitución del Reino de Dios. Una opción primera por el compartir frente a la ambición. Luego una serie de situación de dolor y sufrimiento que van a ser transformadas. Después la forma en que la comunidad cristiana va a afrontar esa transformación, con la ayuda, la autenticidad y el trabajo por la felicidad humana. Y por fin una consecuencia de esta opción de vida, el conflicto con la sociedad a causa de la coherencia y fidelidad a dicha opción. ¿Estamos dispuestos a jurar este compromiso?

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