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LEVÁNTATE Y ANDA (Jn 11, 1-45)

 

Hoy es el último domingo de cuaresma. Nos acercamos ya a la celebración de la Pascua y no es casualidad que la liturgia de hoy nos presente el relato de la resurrección de Lázaro, como una especie de anticipo de lo que será el acontecimiento central de las celebraciones de la Semana Santa: la resurrección de Jesús.

 

La resurrección es la expresión de nuestra fe, o mejor dicho, como afirma el teólogo Juan Masiá, “es la interpretación de fe del sentido de la muerte”. La muerte es la puerta de salida de esta vida, y como tal, un hecho histórico; pero, esa misma puerta es la entrada a la Vida Definitiva. Eso no es un hecho histórico, sino transhistórico, no se puede certificar como la defunción, sólo puede ser un testimonio de fe. La resurrección no es la vuelta a la vida tal como la concebimos, ni tampoco la inmortalidad de un alma separada de un cuerpo, ni tampoco la reunión de un cuerpo que fue enterrado o quemado con un alma que se mantuvo a la espera. La resurrección nos anuncia una vida radicalmente nueva y como tal, la podemos esperar, pero no describir o tratar de explicar. En palabras de Pablo cuando se dirige a los corintios: “el ojo nunca vio ni el oído oyó ni hombre alguno ha imaginado, algo que Dios ha preparado a los que lo aman”. O, como explica Juan Masiá: resucitar no es volver a esta vida, ni revivir en esta vida, ni sobrevivir indefinidamente en esta vida, sino trans-vivir. Resucitar es transformarse, como la crisálida en mariposa, para volar hacia la vida nueva, verdadera y auténtica, la vida en el seno de la Vida”.

 

El texto evangélico que mejor nos explica esta visión cristiana de la muerte y la resurrección es el relato de Lázaro en Juan 11, 1-45. En los sinópticos se narran otras resurrecciones (la hija de Jairo o el hijo de la viuda de Naím), sin embargo, en ellas los evangelistas no tratan directamente el tema de la muerte física, sino que se trata de metáforas sobre la situación de muerte en vida del pueblo. Juan sí que aborda el tema de la muerte, preocupado seguramente porque en su comunidad los creyentes no hayan acabado de asumir lo que significa creer en Jesús resucitado. 

 

Hay que tener claro que Juan no narra la revivificación de un cadáver. El Lázaro que se levanta y anda hasta salir de la tumba no se reintegra a su vida de antes, rodeado de sus hermanas y con sus mismas necesidades y quehaceres. El relato es una catequesis para animar a los creyentes a liberarse de las concepciones que nos atan a una visión cerrada de la muerte que genera miedo y desesperanza. 

 

Betania es la aldea donde vivía Lázaro con sus hermanas; el lugar y los hermanos son figura de la comunidad cristiana; una comunidad que todavía no se ha liberado de las falsas concepciones judías sobre la muerte, ya que Betania estaba cerca de Jerusalén. 

 

Ya han pasado cuatro días desde la muerte; para los judíos, a partir del tercer día, la muerte era definitiva, luego nadie puede dudar de que Lázaro está muerto; además, ya está dentro del sepulcro, figura de la muerte sin esperanza. Marta, recibe al amigo de su hermano con un reproche: si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Ella esperaba una intervención prodigiosa de Jesús, una curación milagrosa. Todavía no entiende que Jesús no ha venido a interrumpir el curso natural de la naturaleza, sino a dar una clase de Vida que no interrumpe ni la muerte.  En el curso de la conversación, se abre camino la esperanza: ya sé que resucitará en la resurrección del último día. Hay que tener en cuenta que la creencia en la resurrección todavía era reciente en el judaísmo de la época de Jesús (los primeros testimonios proceden del siglo II a.C. cuando se plantean que los héroes y mártires de la resistencia frente al helenismo debían recibir un premio en la otra vida). Lo que ocurre es que la fe de Marta corresponde a la creencia farisea  y popular según la cual la resurrección ocurrirá en un lejano último día. 

 

Marta no entiende la radical novedad de Jesús. Marta se imagina una resurrección lejana, flaco consuelo; sin embargo, Jesús afirma yo soy la resurrección y la vida. Es decir, ofrece una resurrección en el presente. Para Jesús, el último día es el de su propia muerte y resurrección, entre las que no existe un intervalo temporal. Así, tampoco existe intervalo entre la muerte de Lázaro y su resurrección. La comunidad de Jesús es la de aquellos que ya poseen la vida definitiva, son los “resucitados de la muerte”, ya que la muerte física no será para ellos sino la puerta hacia la vida definitiva. Marta expresa ante Jesús la fe a la que el evangelista quiere llevar a los discípulos: yo creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo. A continuación se produce un diálogo con la otra hermana, María, que comienza de manera similar al anterior, pero que concluye poniendo en acción lo que antes se ha transmitido con palabras.

 

Jesús se dirige al sepulcro, reprimiendo la lógica tristeza que le produce la muerte de su amigo. Una vez allí, pide que quiten la losa, es decir, pide a la comunidad que abandone las viejas creencias sobre la muerte que pesan como una losa de miedo y desesperanza separando a los muertos de los vivos. Se mencionan otra vez los cuatro días que lleva muerto, para insistir en la idea de que no se trata de la revivificación de un cadáver. Entonces, tras dar gracias al Padre, lo llama para que salga fuera. Lázaro sale envuelto en los símbolos de la muerte (vendas y sudario); al decirles desatadlo, les está pidiendo que reafirmen su fe en que Lázaro ya no está sometido al poder de la muerte. Pero, Jesús no reintegra a su amigo al lado de la comunidad, sino que les pide dejadle que se marche, es decir, su lugar está ahora con el Padre con el que estará vivo para siempre.

 

Como vemos, la narración escenifica un cambio de mentalidad respecto a nuestras concepciones frente a la muerte. Somos nosotros los que atamos a los muertos y quienes los encerramos en sepulcros, y somos nosotros los que hemos de desatarlos. Lázaro no está en ninguna sepultura esperando una lejana resurrección del último día, sino que vuelve a aparecer en el capítulo siguiente del Evangelio reclinado a la mesa con Jesús y sus hermanas como espectador del relato de la unción de Betania. Y no es porque esté allí físicamente, sino porque representa nuestra fe de que allí donde esté la comunidad cristiana allí están nuestros seres queridos, muertos y vivos al mismo tiempo, porque la comunidad de Jesús es el lugar en el que la vida ha vencido a la muerte.

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