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EL DÍA DE LA GRACIA (Lc 4, 14-30)


El evangelio de hoy es una muestra de una de las dificultades que tenemos a la hora de interpretar los textos: el hecho de que la mayoría de los cristianos los lean o los escuchen en forma de pequeños fragmentos de domingo en domingo. Esta forma de hacerlo, con frecuencia, mutila partes del texto o simplemente nos impide hacernos cargo del contexto próximo del relato.


Esto es lo que ocurre en el episodio de Lucas que narra la llegada de Jesús a la sinagoga de su pueblo. El texto que se lee en las eucaristías termina en el versículo 21, dando una falsa idea del desenlace, ya que el relato prosigue hasta el versículo 30 con un final bastante sorprendente que cambia considerablemente el mensaje que Lucas nos quiere transmitir.


En este caso, una vez más el evangelio parece estar escrito para hoy mismo. Tras exponer su mensaje y llevar a cabo su actividad liberadora por toda Galilea, recala Jesús en Nazaret, su aldea, que en este caso va a encarnar la versión más exclusivista y fanática de los compatriotas de Jesús. 

 

En la sinagoga, cualquier varón mayor de edad podía tomar el rollo de las escrituras para leer el pasaje correspondiente y comentarlo. Jesús se pone en pie, toma la iniciativa y escoge el fragmento que va a leer a los allí congregados. En realidad, Lucas hace una pequeña trampa, pues el texto que lee Jesús es una combinación de varios pasajes de Isaías. En cualquier caso, se trataba de unos textos clásicos aplicados al Mesías. Jesús los utiliza en un sentido programático para presentar, no sólo su misión, sino también su práctica real durante su periplo por Galilea: “hoy ha quedado cumplido este pasaje ante vosotros”.

 

La buena noticia a los pobres no puede ser otra que la de que la pobreza se va a acabar, que la solidaridad puede ser tan efectiva como para que los recursos de la tierra alcancen para todos. La libertad a los cautivos y la libertad a los oprimidos redundan en la idea de que nadie viva más sometido por cualquier causa al dominio de otros hombres. La vista a los ciegos en el lenguaje evangélico anuncia el fin del fanatismo, la cerrazón y las excusas que nos impiden ver la realidad tal cual es. La proclamación del año de gracia del Señor es una alusión al año jubilar, que cada 49 años suponía la cancelación de las deudas, la liberación de los esclavos y la recuperación de las tierras vendidas por necesidad, aunque esta celebración presente en la legislación de Israel nunca llegó a cumplirse de manera efectiva, por razones obvias.

 

Jesús proclama su programa con la intención de alimentar la esperanza de sus paisanos, pero, no lo hace de manera ingenua o gratuita ya que su actividad reciente ha sido coherente con lo que acaba de manifestar. Jesús ha comprometido su vida en la liberación de todos los oprimidos por cualquier causa luchando denodadamente contra todo aquello que somete al hombre y le impide su pleno desarrollo. Jesús libera a los sometidos, a los hambrientos, a los maltratados, a los temerosos, a los excluidos, pero también a los poderosos, a los violentos y a los fanáticos. 

 

Jesús acaba su intervención proclamándose portador de esa buena noticia: hoy se ha cumplido todo esto entre vosotros.  Hasta ahí llega el versículo 21... pero si seguimos leyendo veremos que las palabras de Jesús que deberían alentar la esperanza en su auditorio, sin embargo y de manera aparentemente incomprensible, provocan una reacción de oposición, primero, todos se declaraban en contra, de incredulidad más tarde, ¿pero no es éste el hijo de José?, y de furia al final, todos en la sinagoga se pudieron furiosos. De hecho, se levantan con la intención de empujar a Jesús hasta un barranco para despeñarlo…

 

Pero, ¿qué es lo que han oído de los labios de Jesús que le hace merecedor de su rechazo y de tan extrema violencia? La clave nos la da Lucas cuando dice que estaban extrañados del discurso de gracia que salía de sus labios. En realidad, cuando Jesús lee el pasaje de Isaías, no lo lee completo, sino que omite la parte final que al año de gracia le añade el día del desquite de nuestro Dios. 

 

Los más fanáticos esperaban que la llegada del Mesías supusiera salvación para su pueblo y desgracia y destrucción para los paganos. Lo de siempre, vaya, Dios es mi dios, está conmigo y con los míos, es el dios de mi tribu, de mi pueblo, y desprecia a todos los demás, o incluso los quiere destruir. No pueden consentir la proclamación de un mensaje que habla del amor incondicional y universal de Dios hacia todos los pueblos, hacia todos los hombres y mujeres sea cual sea su condición.

 

El texto termina con una enigmática frase: él se abrió paso entre ellos y emprendió el camino. Jesús actúa con enorme libertad y autoridad; el camino es figura de su actividad liberadora que Jesús reemprende desafiando la incomprensión y la actitud violenta de sus paisanos. 

 

Jesús muestra cuál es la mayor contribución que los cristianos podemos hacer en un mundo sin esperanza: La verdadera esperanza en estos días no puede ser mirar el horizonte esperando que nos llegue milagrosamente la solución a nuestras desdichas; tampoco puede ser esperar todo lo bueno para nosotros, aún a costa del dolor ajeno o del olvido de sus necesidades. Ni mucho menos podemos poner nuestra esperanza el el daño o el sufrimiento de otros a quienes consideramos culpables o tan sólo diferentes. Esperar para los cristianos es aguardar con paciencia lo que construimos con coraje. Es decir, no sólo teneresperanza, sino además actuar con esperanza, sólo así podemos ser un estímulo para los que luchan y un bálsamo para los heridos y los que han perdido toda esperanza.

 

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