LAS LLEGADAS DEL HIJO DEL HOMBRE (Mc 13, 24-27)
El evangelio de hoy parece muy adecuado en este contexto en el que se ha acrecentado la sensación de temor y de pérdida de control de nuestras vidas a causa de fenómenos como la pandemia o el cambio climático. Un campo abonado para que los profetas apocalípticos se aprovechen de la vulnerabilidad de las personas, A veces, propagando teorías conspiranoicas con el poder y la impunidad que les confieren las redes sociales; otras veces, con la tradicional apelación fundamentalista a textos bíblicos leídos como anuncios del futuro.
Vamos a intentar verlo de otra manera. En el mundo ocurren cosas terribles, desde luego. Pero, el evangelio no lo ve como el anuncio del fin, sino como parte de un proceso. Veamos.
El sol, la luna, las estrellas, el firmamento… son elementos que aparecen muchas veces en la Biblia. En el mundo bíblico, como en todo el mundo antiguo, las personas se sentían a merced de las fuerzas de la naturaleza; por eso, los astros, tan altos, tan brillantes, tan lejanos, son utilizados con frecuencia como símbolos de las realidades que la gente experimenta que dominan su vida: los dioses y los poderes terrenales.
Hay un episodio de los evangelios sinópticos en que esto se ve con claridad: las llegadas del Hijo del Hombre. Hablamos en plural porque, siguiendo a Marcos, encontramos dos menciones de llegadas; la primera en el marco del discurso escatológico en el que se describe la labor futura de la comunidad cristiana:
“Ahora bien, en aquellos días, después de aquella angustia, el sol se oscurecerá y la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo y las potencias que están en el cielo vacilarán, y entonces verán llegar al hijo del hombre entre nubes, con gran potencia y gloria, y entonces enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, del confín de la tierra al confín del cielo”.
Y la segunda, en la respuesta de Jesús al sumo sacerdote cuando es interrogado en el Sanedrín:
“El sumo sacerdote le interrogó de nuevo en estos términos: ¿Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios bendito? Contestó Jesús: Yo soy. Y veréis al Hijo del Hombre sentado a la derecha de la Potencia y llegar entre las nubes del cielo”.
Lo primero que hay que aclarar es el significado de la expresión Hijo del hombre. En la Biblia hijo es el que se parece a su padre, luego hijo del hombre es el que se parece al hombre, el que es como un hombre, es decir, un hombre completo, en plenitud. Obviamente, con un lenguaje más inclusivo, hoy deberíamos referirnos a persona plena o completa. Se trata de una terminología que ya aparece en el profeta Daniel, pero que en los evangelios designa a la persona en su plenitud, que incluye la condición divina; es decir, designa en primer lugar a Jesús como pionero y prototipo de la plenitud humana, pero también a todos los que caminan, siguiendo a Jesús, en dirección hacia esa plenitud. Eso quiere decir que con esa expresión se habla tanto de Jesús como de la comunidad cristiana.
En el libro de Daniel, el hijo del hombre se enfrenta a unas fieras descritas de manera terrible. El mensaje que trata de transmitir el profeta con esta escena es claro: Dios no acepta la opresión a la que Israel está sometido por parte de los sucesivos imperios que sobre él ejercen su influencia o su dominio; se trata de poderes injustos, crueles e inhumanos como bestias, por eso, Dios intervendrá con su poder para destruirlos.
Pero los evangelios, aunque inspirados en Daniel, dan a las llegadas del Hijo del hombre un alcance más universal, como es propio de la mentalidad evangélica. En los sinópticos no aparecen fieras, pero los poderes inhumanos aparecen con el simbolismo de los astros.
Muchas veces hemos oído que estas imágenes, el sol y la luna que se oscurecen o las estrellas que caen del cielo, son un anuncio de un fin del mundo más o menos inminente, según las paranoias de los profetas de turno. Pero no se trata de eso; son textos llenos de esperanza: es voluntad de Dios que vayan desapareciendo en la historia los poderes que oprimen y deshumanizan al género humano, impidiendo su desarrollo. Dios quiere que la humanidad vaya madurando hasta constituir una sociedad libre, fraterna y solidaria.
Como hemos dicho, se describen dos llegadas diferentes: una corresponde a la caída del sistema opresor de Israel (Mc 15, 61-62) y otra, a la ruina sucesiva de los poderes de la humanidad a lo largo de la historia (Mc 13, 24-27).
El hecho de encuadrar este anuncio de la llegada del Hijo del hombre en el interrogatorio del Sanedrín, cuando Jesús está a punto de ser condenado a muerte tiene una clara intención; expresa que el rechazo violento de Jesús, que no significa otra cosa que el rechazo del proyecto de Dios para las personas y para la historia, a pesar del aparente éxito del sistema judío, acabará en el más desastroso fracaso, demostrando que cualquier estructura de poder que pone sus propios intereses por encima de lo humano no tiene futuro.
La mención de la otra llegada se hace en el marco del discurso escatológico en el que Jesús habla a sus discípulos sobre el futuro de la comunidad cristiana en la historia. Este diferente contexto y el empleo de imágenes referidas al mundo pagano muestra que en este caso se habla del triunfo del Hijo del hombre sobre todos los regímenes y sistemas opresores a lo largo de la historia.
Las imágenes, empleadas ya por los profetas, se refieren a los dioses de los pueblos paganos (sol y luna), a los gobernantes divinizados (estrellas), las ideologías e ídolos que tratan de usurpar el lugar del Padre (las potencias que están en los cielos). La conmoción cósmica descrita por los fenómenos que afectan a estos elementos (oscurecimiento, caída, vacilación) expresa que estos poderes no son eternos y que su opción por lo anti-humano les conduce al fracaso.
En realidad, la fuerza de estas imágenes nos lleva a pensar que la acción de Jesús y sus seguidores no acabó con la caída de cuanto de anti-humano tuvieron la teocracia judía o el imperio romano. Por eso, no puede hablarse de una o dos llegadas, sino que este término es una imagen para referirse a los momentos culminantes del proceso de humanización de la historia de la humanidad. Para alimentar la esperanza, los evangelistas describen de manera espectacular y con gran artificio literario una realidad que con frecuencia va verificándose en la historia de manera lenta y silenciosa.
Todo avance histórico en la línea de la maduración de la humanidad; todo paso, por pequeño que sea, de una situación de injusticia a otra más justa, de la esclavitud a la libertad, de la guerra y la violencia a la paz y la solidaridad entre los pueblos, de la inhumanidad al cumplimiento de los derechos humanos… puede ser descrito figuradamente como la caída de una estrella o el oscurecimiento de un sol, es decir, como una llegada del Hijo del hombre.
Este proceso no es, sin embargo, automático; está sujeto a los vaivenes de la historia, con sus avances y sus retrocesos, pues depende de la libertad humana a nivel personal y colectivo. No obstante, el mensaje de los evangelistas es positivo: la historia camina indefectiblemente hacia lo humano, hacia la paz y la justicia, es decir, hacia el cumplimiento del proyecto de Dios para el mundo.
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