EL CIEGO BARTIMEO (Mc 10, 46-52)
Hay muchos indicios que nos ayudan a entender y a interpretar correctamente el sentido de los relatos evangélicos: alusiones al Antiguo Testamento, símbolos y metáforas, personajes representativos, números, etc. Con frecuencia uno de los indicios que nos muestra el sentido de un relato es el contexto. Estamos acostumbrados a leer el Evangelio a trocitos o a escuchar el fragmento correspondiente al domingo en la eucaristía, de manera que no sabemos lo que ocurre antes o después y así perdemos la posibilidad de entender el sentido completo del texto.
Marcos, en su capítulo 10 nos cuenta como Jesús llega a Jericó y allí cura al ciego Bartimeo. Para poder interpretar el sentido que el evangelista quiere dar a esta curación, es necesario caer en al cuenta de lo que ha ocurrido inmediatamente antes.
Es justo lo que escuchamos el domingo pasado. Santiago y Juan, los dos discípulos llamados “los hijos del trueno”, lo que da idea de su carácter violento y autoritario, se acercan a Jesús para pedirle que el ́”día de su gloria”, es decir, cuando se proclame Mesías en Jerusalén y triunfe sobre sus enemigos, les conceda los puestos principales, uno a su derecha y otro a su izquierda; algo así, como vicepresidente primero y segundo del gobierno revolucionario del Mesías. Jesús les contesta con dureza que no saben lo que están diciendo y que si están dispuestos a “beber el cáliz que el ha de beber”, es decir, a entregar su vida por amor como él va a hacer y que el Mesías no ha venido a ser servido, sino a servir.
En definitiva, en la petición de los discípulos y la respuesta de Jesús se pone de manifiesto el conflicto entre dos conceptos de mesianismo: el Mesías político, guerrero y triunfador con el que esperan compartir su poder los discípulos y el Mesías servidor que ofrece Jesús. Tras tanto tiempo juntos, los discípulos no han entendido nada o no quieren entender... permanecen ciegos al mensaje de Jesús.
Hasta ahí, el evangelio del domingo pasado.
A continuación, para remachar el mismo clavo y para señalar cómo la relación con Jesús es capaz de abrir los ojos a lo más ciegos y fanáticos, Marcos coloca el relato del ciego de Jericó. Hay varios indicios que nos ponen sobre la pista de que este ciego representa a los dos discípulos. Se llama Bartimeo, cosa curiosa ya que los evangelistas casi nunca nos dicen los nombres de los beneficiados por las curaciones de Jesús, Bartimeo quiere decir el hijo de Timeo, es decir, el hijo del “deseado” que era una de las maneras de referirse al Mesías. La calidad del Mesías que desea Bartimeo nos queda clara con su grito “¡Hijo de David, ten compasión de mí!” Un Mesías como David, el prototipo de rey poderoso y triunfador en el imaginario del pueblo de Israel.
El ciego se encuentra sentado a la “orilla del camino”, ese lugar en el que según nos ha contado Marcos en la parábola del sembrador, cae la semilla (el mensaje) y llegan los pájaros (Satanás, o sea, la ideología del poder y la injusticia) y se lleva la semilla.
El ciego, al menos, es consciente de su ceguera y clama a Jesús. Para dejar claro de qué tipo de ceguera se trata y poner el punto de mira en los discípulos ciegos de entendimiento y deseos de poder, Jesús le pregunta “¿qué quieres que haga por ti?”; exactamente lo mismo que ha preguntado a los dos discípulos en el episodio anterior: “¿qué queréis que haga por vosotros?”
Y es el propio ciego, el que animado por Jesús, produce el milagro: se hace consciente de su situación y pide a Jesús que le cure, es decir, da el paso que necesitaba para librarse de su falsa concepción del mesianismo que les impedía seguir a Jesús y acompañarle en su misión liberadora. Entonces, deja a un lado su manto, lo que en la mentalidad bíblica quiere decir que es capaz de dejar a un lado su egoísmo personal y su afán de poder, ya que el manto significa la persona y el espíritu (lo que mueve a la persona desde lo más hondo). Sólo entonces, recupera la vista. El colofón “le seguía por el camino” nos indica que, liberado de las ataduras que se lo impedían, puede prestar adhesión al proyecto de Jesús y seguirle como un verdadero discípulo.
Leído así, este relato pasa de ser un milagro en el que yo no puedo intervenir porque supera mis posibilidades de persona humana, a un episodio de mi propia vida en el que yo puedo participar... bien como ciego de tanto egoísmo, fanatismo, etc. que necesita recuperar la vista; bien como sanador que puede ayudar a otros a descubrir cómo liberarse de falsas concepciones que impiden o dificultan el seguimiento de Jesús
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