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LA BARCA DE PEDRO ZOZOBRA (Mc 4, 35-41)

 

Con frecuencia en medios eclesiales, escuchamos la expresión “la barca de Pedro” para referirse a la propia Iglesia. Y es que la barca es un símbolo muy utilizado en el Nuevo Testamento. La barca es figura del grupo cristiano que lleva a cabo su misión. Así, los hermanos Juan y Santiago preparan sus redes en la barca antes de ser llamados por Jesús porque están dispuestos a la acción y los discípulos salen a pescar en la barca y llenan sus redes hasta casi reventarlas, obteniendo un extraordinario éxito en su misión cuando siguen las indicaciones de Jesús.

 

Pero, probablemente, el relato donde la barca adquiere un mayor protagonismo es la conocida narración de la tempestad calmada que Marcos nos ofrece con enorme concisión y eficacia narrativa. Aunque hoy “Pedro” viaja en avión y no en barca, también parece que deba enfrentarse a turbulencias como las que pusieron en peligro a los discípulos en el Mar de Galilea.

 

Es éste es uno de los típicos relatos de “milagros” de naturaleza utilizados por la apologética tradicional para “demostrar” la divinidad de Jesús, pues según la más frecuente definición de milagro como una acción  que transgrede las leyes de la naturaleza, sólo el propio autor de dichas leyes podría suspenderlas o cambiarlas con un acto de su voluntad. 

 

Para empezar, mal puede demostrar nada aquello que no se puede demostrar. Una vez más no podemos tomar el relato en un sentido literal, sino que hemos de hacer el esfuerzo de encontrar la verdad escondida en la narración.

 

Para ello, lo primero es caer en la cuenta del contexto en el que se produce la historia. En la escena anterior, Jesús acaba de exponer con parábolas el proyecto universalista del Reino de Dios, el proyecto de crear una comunidad de hermanos abierta a toda la humanidad, como el pequeño arbusto de la mostaza en el que anidan aves venidas de todo el mundo; un proyecto cuya puerta de entrada es la opción personal por el amor y el servicio, frente a la ambición y el afán de dominio. Se trataba de un programa muy diferente del que los discípulos deseaban oír. Ellos esperaban que Jesús se pusiera al frente del proyecto de restauración de Israel, para crear un gran reino que atrajera hacia sí a todas las naciones, como un cedro altísimo en la cima de un monte.

 

Es entonces, en medio de la tremenda incomprensión de los discípulos, cuando Jesús les propone “crucemos al otro lado”. El texto presenta dos precisiones temporales (“aquel día” y “caída la tarde”). La sorprendente ausencia de este tipo de dataciones en otros textos de Marcos, nos hace sospechar que tienen algún significado. Efectivamente, “aquel día” enlaza claramente el relato con la escena anterior: el otro lado del lago es territorio pagano, es decir, Jesús les invita claramente a poner en práctica el mensaje universalista que acaba de proponer con las parábolas. El “caída la tarde” denota ausencia de luz y por tanto, remarca la ceguera o incomprensión de los discípulos que no aceptan el mensaje del Reino.

 

“Cruzar” y “el otro lado” recuerdan el episodio del paso del Mar Rojo, el éxodo del pueblo de Israel que se dirige a la tierra prometida, sólo que aquí la tierra de opresión no es Egipto, sino el mismo Israel, y la tierra prometida, es el territorio pagano de la Decápolis que se encontraba en la otra orilla del Mar de Galilea. Luego, Jesús les invita a la liberación, en concreto a liberarse de una mentalidad que, como va a verse, les impide realizar con éxito su misión.

 

Así pues, los discípulos se llevan a Jesús y emprenden la misión. El texto hace notar un detalle que suele pasar desapercibido: “otras barcas estaban con él”. Es decir, el grupo de los discípulos no es el único que se pone en marcha, la comunidad es plural y otros grupos llevan a cabo la misión desde una mayor sintonía con Jesús, ya que “estar con él” es precisamente la expresión utilizada en la convocatoria de los doce para expresar la adhesión incondicional a la persona de Jesús y su mensaje. Hay, pues, otras barcas, pero sólo el grupo de los discípulos va a sufrir el acoso de la tempestad. 

 

Dicho de otro modo, en la comunidad cristiana, hay diferentes maneras de enfocar la misión. Aquí vamos a ver lo que ocurre a quienes pretenden monopolizar a Jesús y enfocar la misión desde el rechazo a su programa universalista y desde la pretensión de superioridad de Israel sobre los demás pueblos. Posiblemente es lo que estaba ocurriendo con el sector de la comunidad proveniente del judaísmo en los tiempos del evangelista.

 

Sea como fuere, la barca comienza su travesía con Jesús durmiendo en la popa. Inmediatamente se desata un temporal. La escena tiene claramente como trasfondo la historia de Jonás, el profeta cuya resistencia al encargo de Dios de ir a predicar a Nínive, provoca igualmente una tormenta, por la cual nuestro protagonista acabará en las tripas de un gran pez. En la historia de Marcos es la resistencia de los discípulos al mensaje de Jesús la que provoca la amenazadora reacción del mar. La mención del viento muestra cómo, mientras Jesús es movido por el Espíritu Santo, los discípulos se dejan llevar por un mal espíritu que no sólo les impide llevar a buen puerto la misión, sino que pone en peligro la existencia misma de la comunidad como tal que se ve en riesgo de perecer. 

 

Entre tanto, Jesús está dormido en la popa. Forzado a la inactividad porque los discípulos prescinden en la práctica de su mensaje. Está en popa, en el lugar del timonel, pero no le dejan gobernar la nave. Jesús está despierto cuando la comunidad está unida a él y es consecuente con su mensaje. Si no, es como si no hubiera resucitado.

 

Cuando los discípulos se hacen conscientes del desastre al que se ven abocados por haber confiado exclusivamente en sí mismos, despiertan a Jesús y piden su ayuda. Jesús actúa de inmediato dirigiéndose al viento y al mar con las mismas palabras utilizadas para dirigirse a los espíritus inmundos, lo que vuelve a dejar claro que se trata de una tempestad causada por el mal espíritu de los discípulos, comparable con el endemoniado con el que se ha enfrentado Jesús en la sinagoga al principio del Evangelio.

 

Jesús hace callar el mensaje fanático y nacionalista de los discípulos que exaspera y produce rechazo en el mar, es decir en el mundo pagano. Jesús desautoriza totalmente la ideología de los discípulos, lo que hace que se calme inmediatamente el mar, ya que cuando se presenta a los paganos el mensaje universalista no se produce ninguna hostilidad. La gran clama que sobreviene muestra la condición de Hombre-Dios de Jesús ya que según el Antiguo Testamento es Dios quién domina el mar embravecido (Sal 89, 10).

 

La reacción de los discípulos  (“¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?”) no denota admiración y agradecimiento, sino miedo ante las consecuencias de lo que acaban de vivir, es decir, los discípulos tienen pavor a presentarse ante el mundo pagano en pie de igualdad, prescindiendo de privilegios y superioridad. Por eso, Jesús les echa en cara su falta de fe, pues siguen sin ofrecerle su adhesión incondicional. Por eso, el relato termina diciendo “y llegó al otro lado del mar”, es decir, Jesús si alcanza la otra orilla, mientras que sus discípulos aún no son capaces de abandonar la orilla de sus antiguas seguridades para entregarse con espíritu abierto a la misión entre los paganos.

 

¿Nos echará hoy Jesús también en cara nuestra falta de fe? Hay quien dice que la “barca de Pedro” zozobra. Algunos creen que la acosan tempestades que la ponen en grave riesgo… Con frecuencia se acusa de provocar la tormenta a agentes externos como el laicismo agresivo, la ausencia de valores, el secularismo, la acción legislativa de los gobiernos… Tal vez los ocupantes de la barca haríamos bien en mirar hacia dentro, en descubrir cuál es el espíritu que nos guía, en observar si Jesús duerme en la popa porque hemos dejado a un lado su proyecto liberador y nos dejamos guiar por doctrinas que en vez de cautivar a la humanidad de hoy  provocan  el abandono de unos y la exasperación de otros.

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