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EL


REINO, LA MOSTAZA Y OTRO MUNDO POSIBLE (Mc 4, 30-32)


Con frecuencia los cristianos nos enredamos en la discusión de si es posible o no cambiar el mundo. A veces, la discusión viene por las posturas enfrentadas de quienes defienden que antes de nada debe producirse un cambio personal, individual, para que luego pueda darse una transformación de tipo social y los que consideran que centrarse en lo individual puede desviarnos del objetivo del cambio de las estructuras sociales y políticas. En el primero de los casos, se insistirá en las virtudes personales y en la recta conducta como antídoto frente en la degradación moral de la sociedad. En el segundo caso, se hablará de militancia política, compromiso social y transformación de las estructuras. En otras ocasiones, se trata sencillamente de decidir si el cambio en sí es posible, de si este mundo nuestro es mejorable o ya vivimos en el mejor de los mundos posibles, o incluso, de si la humanidad puede o no hacer algo para liberarse de las fuerzas oscuras que hacen que el mundo no tenga remedio. 

 

Como de costumbre, el Evangelio nos da la clave para hallar la luz en medio de todo esto. El comienzo del Evangelio de Marcos nos muestra a Jesús proclamando: “Se ha cumplido el plazo. El Reino de Dios está cerca. Enmendaos y tened fe en esta buena noticia” (Mc 1, 15).  Actualmente existe el consenso entre los especialistas de que Jesús no se anunció a sí mismo ni tan siquiera se dedicó sin más a hablar de Dios. El mensaje de Jesús se centró en el Reino de Dios. Jesús anunció el Reino de Dios con sus palabras y manifestó su cercanía a través de sus acciones liberadoras. Por eso es fundamental entender qué quería decir Jesús cuando empleaba esa expresión. 

 

En primer lugar, hemos de aclarar que no se trata de una invención de Jesús, sino que él toma la idea del Reino de la tradición judía, aunque dotándola de un nuevo contenido. Todo el Antiguo Testamento está recorrido por la idea de una intervención escatológica, es decir definitiva, de Dios al final de los tiempos para transfigurar totalmente este mundo. La creencia general era que está gran limpieza divina del mundo se haría a través de una figura, el Mesías, que derrotaría y destruiría a todos los enemigos de Israel y devolvería a éste su esplendor. También está presente en la tradición bíblica la idea de un Mesías pacífico y de un Reino de justicia que atraería a todas las naciones en vez de destruirlas, pero no parece que esa creencia tuviera muchos seguidores en la época de Jesús.

 

Sin embargo, Jesús es claramente heredero de esta segunda tradición. Los evangelistas, desde luego, lo tienen claro. El término griego que usan para referirse al anuncio de Jesús es “basileia” que puede usarse indistintamente como “reino” y como “reinado”. El reinado se refiere a la esfera individual, Dios ejerce su reinado sobre el hombre comunicándole su espíritu que es su fuerza de amor y de vida. Dios reina sobre los hombres que aceptan el don del espíritu, integrándose así en la esfera divina y constituyéndose como hombres nuevos. El reino se refiere a la esfera social, es decir, a la nueva sociedad, la comunidad humana sobre la que Dios ejerce su reinado. Como vemos, queda superada la discusión de la que hablábamos al principio. No cabe hacer distinciones, separaciones o antes o después, ambas realidades, individual y social, no pueden separarse.

 

Esta forma de entender la predicación de Jesús sobre el reino también supera una deformación que ha tenido una gran influencia en la mentalidad cristiana. Con frecuencia hemos traducido la expresión como “reino de los cielos”, como si Jesús estuviera hablando de algo meramente trascendente que se dará en la otra vida. Si bien es cierto que el reino es una realidad que trasciende la muerte y que hallará su plenitud en la vida futura, deberíamos hablar más del “reino de los suelos” que del “reino de los cielos”. Ya que, como dice Leonardo Boff, Jesús no se refiere a “otro mundo”, sino “a este mundo, pero totalmente otro”. Es decir, se trata de darle un buen revolcón a este mundo en el que hay poderosos y humillados, víctimas y verdugos, excluidos y excluyentes… para transformarlo en una realidad más del gusto de Dios. En palabras de Jesús Peláez: “El núcleo principal de la predicación de Jesús según los evangelios va dirigido a conseguir la transformación de aquella sociedad injusta, no mediante la fuerza, el poder, el prestigio o el dinero, sino mediante la puesta en práctica por parte de sus seguidores de un amor solidario que hiciese surgir dentro de este viejo mundo una sociedad alternativa en la que todos tuviesen cabida y no hubiese excluidos del pueblo ni pueblos excluidos”. Un programa exigente que debería motivar a los cristianos a no conformarnos con lo que hay y a mostrar con su vida que existe una alternativa.

 

Y aquí es donde viene al caso hablar de la mostaza. De todas las parábolas que los evangelistas ponen en boca de Jesús para explicar el significado del reino, la de la mostaza es la que se centra en el aspecto social y comunitario. Se compara el reino con un grano de mostaza que “se siembra en la tierra”, para recalcar la necesidad de que la comunidad cristiana esté integrada en medio del mundo. Luego, toda la parábola gira en torno al contraste entre la pequeñez de la semilla y la proporción del árbol que resulta de ella. La minúscula semilla es figura no sólo del carácter minoritario de la opción cristiana, sino también de la insignificancia social de los miembros de la comunidad, formada por gente sencilla de toda clase y condición. La idea del crecimiento de la semilla hasta hacerse árbol habla del desarrollo del reino, que comienza como una realidad modesta pero que llegará a tener un carácter universal, tal como denota la mención de las “ramas grandes”.

 

Toda la descripción no está exenta de ironía, ya que como paisaje de fondo el oyente judío conocedor del Antiguo Testamento, comparaba el modesto crecimiento de la mostaza que “se hace la más grande de las hortalizas” (¿metro y medio o dos metros de planta?) con el pasaje de Ezequiel en el que se describe la restauración de Israel como un “cedro altísimo, encumbrado en la cima de un monte” (Ez 17, 22). El programa que Jesús propone para sus seguidores no es el del triunfo, la gloria y el dominio sobre el mundo, sino el de la renuncia al esplendor mundano y el compromiso desde la base de la sociedad.

 

Luego viene la mención de las aves: “echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden acampar a su sombra”. Se trata de una imagen tradicional para expresar la atracción que ejerce el Reino de Dios sobre las personas de todo el mundo que buscan la libertad, como los pájaros del cielo. La paz, la justicia, la solidaridad… son realidades que ofrecen cobijo a todos los que quieran compartirlas, porque no se alcanzan con el dominio de un gran imperio, sino con las relaciones sencillas y fraternas de la comunidad.

 

En conclusión: podemos cambiar el mundo. Para ello Jesús nos invita a crear comunidades que expresen de forma modesta que ese cambio es posible; comunidades abiertas, acogedoras para todo tipo de personas, en las que se excluya la ambición de triunfo personal y los programas de esplendor social. Y todo ello, con la confianza un tanto utópica en que lo que hoy parece insignificante, casi invisible, crecerá y se extenderá. Como la mostaza. Otro mundo es posible.

 

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