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LOS MANDAMIENTOS vs. EL MANDAMIENTO (Jn 15, 7- 17)

 

Si buscamos en “San Google que todo lo sabe” la palabra “mandamiento”, la primera entrada corresponde al artículo de un conocido diario digital titulada “10 mandamientos de la Iglesia Católica, ¿cuáles son?”. Y si, por casualidad, hacemos clic y empezamos a leer, dicho artículo comienza de esta manera: "Toda institución o sociedad necesita sus reglas y en el caso De la Iglesia Católica podemos decir que siguen los Diez Mandamientos que Dios recibió en el Monte Sinaí".

 

Vaya, quien ha redactado este texto parece no haber contado entre sus fuentes con el Evangelio de Juan, en concreto con el fragmento del discurso de la cena que leemos este domingo. Por desgracia, este detalle anecdótico es elevado al rango de norma en el pensamiento de muchos cristianos en cuyo imaginario religioso, fruto de la enseñanza de la propia Iglesia,  ocupan mucho más espacio y relevancia “los mandamientos” que “el mandamiento”. O sea, que igual somos más del Antiguo que del Nuevo Testamento…

 

Pero Jesús, en ese largo discurso con tintes de testamento y despedida, que ocupa del capítulo 13 al 17 del cuarto Evangelio, no proclama como santo y seña de la identidad de la comunidad cristiana a los Diez Madamientos del Sinaí. Jesús se refiere a un único mandamiento: el amor mutuo.

 

“Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado”, dice Jesús. Y con este dicho se inscribe en una tradición presente en la mayoría de las religiones y caminos espirituales: la regla de oro. Cada una a su manera enuncia el criterio de vida que define e identifica al creyente:

 

“No hieras a otros con lo que te hace sufrir a ti” (Budismo)

 

“Lo que no quieras que te hiciesen, tú no lo hagas a los demás” (Confucianismo)

 

“No hagas a otros aquello que, si te lo hicieran a ti, te causaría pena” (Hinduismo)

 

“Ninguno de vosotros es un creyente hasta que desea para su hermano lo que desea para sí mismo” (Islam).

 

“Lo que para ti es detestable, tú no lo hagas a otros. Esta es la ley. Lo demás son comentarios” (Judaísmo)

 

Aunque no cabe duda de que bebe de la tradición de la escuela del maestro Hillel (al que se debe la versión judía de la regla de oro), el mandamiento de Jesús está formulado de forma positiva y proactiva. No se trata solo de no hacer daño a los demás, sino de procurar su bien a través del amor. Del texto de Juan podemos extraer algunas otras particularidades del enfoque evangélico de esta regla de oro.

 

“Igual que el Padre me demostró su amor, os he demostrado yo el mío. Manteneos en ese amor mío”. El amor de la comunidad es una respuesta al amor de Dios que ha amado primero. Pero la respuesta que pide Jesús, no es amar a Dios, a través de ritos, plegarias o sacrificios, como prescribiría una mentalidad típicamente religiosa. Lo que pide Jesús es permanecer en su amor, que la comunidad sea el ámbito del amor mutuo. Es decir, el amor a los demás surge y se nutre de la experiencia de ser amado gratuitamente por Dios.

 

“Si cumplís mis mandamientos, os mantendréis en mi amor”. Jesús les da la clave para permanecer en ese amor. Pero, cuando habla de mandamientos no se refiere a los del Sinaí. Los “mandamientos” son las concreciones con las que la vida nos exige aterrizar el mandamiento del amor; o sea, las situaciones concretas en las que el discípulo debe responder con amor para cumplir con su misión de dar y hacer crecer la vida a su alrededor, su actividad cotidiana en favor de los demás. El amor es la condición para estar vinculados a Jesús. Como dirá la Primera Carta de Juan, “quien no ama, no conoce a Dios”. Esa vinculación impulsará a la comunidad y la sostendrá en su actividad liberadora en favor de la humanidad.

 

“Nadie tiene amor más grande por los amigos que uno que entrega su vida por ellos”. Jesús señala el último escalón de una vida de amor, algo que va a verificarse en su muerte que está ya próxima. El mayor amor supone no poner límites a la entrega.

 

“Os destiné a que os marchéis, produzcáis fruto y vuestro fruto dure”. El evangelista sale al paso de una cuestión debatida en todas las tradiciones religiosas: la regla de oro, ¿es una actitud exigible solo en el seno del grupo? Todas las religiones corren el riesgo de circunscribir el amor al propio grupo, tribu, etnia o iglesia. Sin embargo, igual que Lucas en la parábola del buen samaritano, Juan apuesta por e amor universal y presenta a Jesús invitando a sus discípulos a “marcharse”, es decir, a salir de la comunidad. Eliminando cualquier pretensión de comunidad cerrada y borrando los límites para abrirse a la universalidad, llama a sus discípulos a continuar su misión en favor de toda la humanidad, sin distinción de razas ni credos, para generar frutos de vida. 

 

“Esto es lo que os mando: que os améis unos a otros”. El texto finaliza con la machacona repetición del mandamiento, lo que enfatiza su importancia. Esto es lo que identifica a la comunidad. No se trata de ritos, reglamentos o actos de piedad; ni tan siquiera consiste en ser “bueno”. La calidad del amor que Jesús nos pide va más allá, es el amor de la compasión y la misericordia, especialmente por los que menos cuentan. Solo así podrá reconocerse el grupo como la comunidad de Jesús. Puede haber “actos religiosos”, pero si falta esto, falta lo esencial. Y de ninguna otra manera puede expresarse la adhesión a Jesús si no es por el amor mutuo en la comunidad y el amor liberador en el mundo.

 

 

 

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