LA REVOLUCIÓN DE LA TOALLA (Jn 13, 1-15)
En los libros historia se estudian las revoluciones americana y francesa como los primeros hitos de la llegada al poder de la burguesía y el triunfo del liberalismo político; también conocemos la revolución soviética, la primera vez que un partido obrero alcanzaba el gobierno guiado por las ideas socialistas. Incluso la revolución mexicana con Emiliano Zapata y Pancho Villa a la cabeza. Pero, ¿hemos oído hablar alguna vez de la revolución de la toalla? Pues es mucho más antigua que aquellas y sale en el Evangelio…
Corren malos tiempos para las revoluciones. Eso de “cambios radicales y profundos respecto al pasado inmediato que traen consecuencias trascendentales” no es muy popular hoy en día. Nos va más el dejar las cosas como están o como mucho, la evolución o la reforma. Pero los cristianos seguimos, no lo olvidemos, al revolucionario de la toalla, y eso debe significar algo.
¿Qué clase de revolución es ésta? Jesús nos propone una transformación radical de nuestra escala de valores. Nuestra sociedad tiene un concepto de felicidad que, si dejamos a un lado la salud, gira con frecuencia en torno al dinero, el poder y el prestigio. Quien no aspira a hacerse con este codiciado “hat trick” es considerado como un don nadie o, más vulgarmente, un perdedor. Jesús invierte los valores y nos enseña que el verdadero señorío, la más alta dignidad, está en el compartir, la entrega y el servicio. Una revolución con trascendentales consecuencias para nuestras vidas. Y todo ello, con una toalla.
En el cuarto evangelio, algunas de las más importantes enseñanzas de Jesús se dan en la cena que comparte con sus discípulos antes de su pasión y muerte. Es el evangelio que más espacio dedica a este episodio, nada menos que cuatro capítulos (Jn 13, 1-17, 26) y sin embargo, no aparece en ellos el relato de la eucaristía… En su lugar el evangelista coloca otra narración que no es conocida por los sinópticos: el lavatorio de los pies.
Jesús es consciente de que “ha llegado su hora”. Es un momento de máxima tensión, Jesús ha acudido a Jerusalén a sabiendas de lo que se jugaba, no se enfrenta a la muerte arrastrado por las circunstancias, sino que asume los riesgos por coherencia con su misión, demostrando su amor hasta el extremo de entregar su vida. En ese momento quiere dejar a los suyos una última enseñanza, como una síntesis de lo que significa su vida y su misión. Juan narra la escena con muchos detalles y gran expresividad, como un cuadro que debe quedar grabado para siempre en la mente de los discípulos.
Jesús “dejó el manto y, tomando un paño, se lo ató a la cintura”. El manto es figura de la persona, por tanto, quitarse el manto expresa su entrega, Jesús da su vida. Toma un paño o toalla, símbolo del servicio y se lo coloca en la cintura, puesto que no es una acción puntual y pasajera, sino una actitud permanente.
“Echó agua a un barreño y se puso a lavarles los pies a los discípulos”. Lavar los pies es era una costumbre de cortesía muy común en la cultura judía y en general en todo el mundo oriental. La gente caminaba con sandalias por caminos polvorientos y al llegar a una casa, el lavatorio de pies era un signo de acogida y hospitalidad. No debía ser un trabajo muy agradable, en aquellos tiempos sin plantillas quitaolores ni ducha diaria. Por eso, de ordinario no lo realizaba el señor de la casa, sino un criado, un esclavo, la mujer al marido o las hijas al padre. Jesús se pone a realizar, pues, un trabajo servil y lo hace con cada unos de sus discípulos, sin ningún orden ni preferencia.
Jesús es Señor, pero este gesto transforma radicalmente el sentido de esa palabra. Para nosotros “señor” es quien tiene siervos, criados o empleados por debajo de él. Para Jesús, “señor” es quien no tiene a nadie por encima. No es, por tanto, que Jesús se abaje, sino que no reconoce ninguna desigualdad entre las personas. Por eso, al lavar los pies a los discípulos haciéndose su servidor, los eleva también a ellos a la categoría de señores, dándoles libertad y eliminando todo rango o preeminencia. Ese es el objetivo del amor, crear condiciones de igualdad y libertad a través del servicio mutuo. Dentro y fuera de la comunidad.
Pero, cuando le toca el turno a Pedro, éste reacciona con extrañeza: “Señor, ¿tú a mí lavarme los pies?” Pedro no acepta el gesto de Jesús porque se da cuenta de la inversión de valores que supone y del compromiso que exige. Es más cómodo para él servir a un “señor” porque así él también puede reclamar servicio a otros por debajo de él. Ante la insistencia de Jesús, su respuesta es una negativa rotunda: “No me lavarás los pies jamás”. Defender el rango de Jesús en el fondo le permite mantener también su estatus dentro del grupo. Pedro, en definitiva, no está dispuesto a aceptar el servicio como norma de su vida. Pero quien no admite la igualdad, no puede formar parte del grupo cristiano, “si no dejas que te lave, no tienes nada que ver conmigo”… Pedro acaba por ceder, pero no por convicción propia, sino por obediencia a la voluntad del jefe.
Acabado su gesto, Jesús “tomó su manto y se recostó de nuevo a la mesa”, la mención del manto recuperado hacer referencia a la vida que se entrega, pero que será devuelta por la resurrección. Toma el manto, pero no se quita la toalla, subrayando que se trata de una actitud permanente que culminará en su muerte. Recostarse esta la manera de comer los hombres libres, por tanto, su acción, el servicio que ha prestado a los demás no disminuye para nada su dignidad ni su libertad.
La escena termina con la insistencia de Jesús para que su acción se convierta en un signo distintivo de la comunidad y tenga validez para siempre: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? (…) también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros (…) dichosos vosotros si lo hacéis”. Jesús denuncia el espejismo de felicidad que otorgan el prestigio y el poder, no se es feliz dominando y creyéndose superiores a los demás, sino amando y creando igualdad.
En el fondo, la revolución de la toalla es también una revolución en nuestra forma de entender a Dios. Si Jesús nos muestra con su vida quién es Dios, Dios ejerce su señorío no acaparando ni desarrollando un ostentoso imperio sobre el mundo y las personas, sino llevando a todos a su máxima plenitud haciéndonos semejantes a él. Es una idea de Dios que favorece a los poderosos que suelen pensar que la grandeza de Dios legitima su dominio sobre los hombres. Pero, la revolución de la toalla destruye la pretensión de los grandes de al tierra. Si Dios es el primer servidor, la réplica más exacta de Dios es quien sirve a los demás de manera generosa y desinteresada. Con Jesús, Dios se ha bajado de su trono, ¿seremos capaces nosotros de bajarnos del nuestro?
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