A LOMOS DE UN BORRICO (Mc 11, 1-11) Algunos caballos famosos han pasado a la historia y los conocemos por su nombre: el Bucéfalo del gran Alejandro, el Babieca del Cid o el Marengo de Napoléon son una muestra de ello, por no decir del Rocinante de Don Quijote, aunque en este caso, se trate de un animal tan de ficción como su dueño. Sin embargo, si pensamos en borricos, pollinos o burros… tal vez solo nos venga a la memoria el Platero de Juan Ramón, blandito y amoroso, pero sin la prestancia y el linaje de sus equinos parientes. Hasta el fiel escudero Sancho Panza se refiere a su montura sencillamente como “el rucio”, es decir, el burro sin más. Y es que reyes y héroes cabalgan sobre magníficos corceles, mientras la gente común, con suerte, ha de conformarse con montar en burro. Esto viene a cuento del evangelio que escuchamos al inicio de la liturgia del Domingo de Ramos: la entrada de Jesús en Jerusalén. En la escena hay una fuerte disonancia entre los gritos de júbilo y ...
Para leer el Evangelio y no perder la fe