Hace un par de años tuve la oportunidad de ver “33 El Musical”, la recreación que Toño Casado hace de la figura de Jesús en el más puro formato de musical, como dice la propaganda, al estilo de Broadway. En palabras del propio autor, sacerdote salesiano y músico, se trata de “una obra diferente, llena de alegría, emoción, solidaridad, así como también una dosis de picardía y humor”. Su objetivo ha sido “acercar la figura de Jesús a las personas de hoy, un Jesús cercano a los problemas y realidades de la gente, que nos transmite valores universales”.
Una de las escenas que más me gustaron fue la dedicada a las tentaciones. En ella, tres sofisticados y manipuladores demonios se afanan, entre muecas y carantoñas, para que Jesús acepte firmar un contrato con ellos por el que recibirá el dinero, la influencia y la magia necesarios para llevar a cabo su misión. Por descontado, Jesús no se deja embaucar por sus promesas y triquiñuelas y rompe el contrato que le ofrecen. Me parece especialmente lograda la idea de desdoblar al tentador en tres demonios (Demon, Luzbel y Satán) lo que ayuda a entender que se trata de un personaje representativo y no de una figura real. También me pareció interesante el que tras la escena, los tres demonios lejos de desaparecer continúen presentes a lo largo de toda la historia, intrigando y moviendo los hilos para hacer fracasar a Jesús.
El Evangelio de este domingo nos presenta el relato de las tentaciones narrado por Marcos. Es un texto breve y sin embargo lleno de resonancias simbólicas que sirve de preámbulo y síntesis de toda la vida y la misión de Jesús. Jesús se encuentra aislado (desierto) en una sociedad que no comparte ni acepta su proyecto; toda su vida será un camino hacia una nueva tierra prometida (40 días); durante su actividad sufrirá la tentación del poder (Satanás) y el hostigamiento de sus enemigos (fieras) que finalmente acabarán con él; pero, también contará con discípulos que colaborarán con su misión (ángeles).
El relato de Mateo, mucho más desarrollado está más en sintonía con la escena de nuestro musical, especialmente con la genial invención de los tres demonios. Comienza con la llegada de Jesús al desierto. No se trata de un lugar determinado. El desierto es un lugar simbólico que tiene resonancias del Éxodo y, por tanto, adquiere un valor teológico como lugar en el que se sufre la tentación y el riesgo de infidelidad, como le ocurrió al pueblo de Israel. Tampoco es que Jesús se fuera de retiro para prepararse para su misión; no cabe duda de que Jesús tendría intensos momentos de silencio y oración, pero aquí no se trata ni de un lugar ni de un tiempo concreto, sino que el desierto es la sociedad en la que Jesús va a desarrollar su misión y las tentaciones que va a sufrir serán algo a lo que tendrá que hacer frente a lo largo de toda su vida.
La mención del 40, vuelve a situarnos en clave de Éxodo (40 años del pueblo de Israel en el desierto) y el ayuno no tiene nada de ritual, sino que es una manera de expresar la absoluta fidelidad de Jesús a su misión, incluso en circunstancias extremas.
Aparece entonces el tentador, llamado Satán, es decir, “el adversario”. Que nadie piense en rabos puntiagudos, cuernos, pezuñas o tridentes. Es el “enemigo” de Jesús y, por tanto, se trata de una figura simbólica que representa la ideología contraria a su misión salvadora y, por ello, hará todo lo posible por desviar a Jesús de dicha misión, induciéndole a cambiar su mesianismo de servicio a la humanidad por un mesianismo de poder y triunfo.
De manera muy plástica, casi como en el musical, Mateo nos relata tres tentaciones sucesivas. En primer lugar, Satanás invita a Jesús a saciar su hambre convirtiendo las piedras en pan. Es la tentación de buscar ante todo el propio beneficio, olvidándose de las necesidades y anhelos de los demás y haciendo del provecho personal y el egoísmo la norma de conducta. Jesús reacciona con una contestación que se ha convertido en una frase mil veces repetida: “no sólo de pan vive el hombre”. Hay otras cosas que alimentan, como la vida que Dios comunica a través de su palabra.
Para la segunda tentación, Jesús es conducido simbólicamente al alero del templo, el lugar en el que según la tradición se iba a manifestar el Mesías para derrotar a los romanos y restaurar la gloria de Israel como pueblo elegido. Se trata por tanto de una invitación a acomodarse al mesianismo de gloria y triunfo de las expectativas populares. Además, el tentador le anima a protagonizar un prodigio, arrojándose al vacío para que Dios envíe a sus ángeles a salvarle. Es la tentación de una religión mágica y providencialista, en la que la responsabilidad humana se diluye en la acción sobrenatural de un Dios que todo lo puede.
La respuesta de Jesús anticipa lo que será su acción a lo largo del Evangelio, él no necesita pruebas extraordinarias, sino que acreditará su mesianismo con gestos de compasión a favor de las personas.
Por último, el tentador le propone la tentación definitiva. Le lleva a la cima de un monte altísimo, símbolo de la presencia de Dios. Desde allí, Satanás le ofrece el poder sobre todos los reinos de la tierra, a cambio de que le rinda homenaje porque el poder absoluto tiende a divinizarse. El juego es que olvide su misión de servicio a la humanidad para convertirse en un agente de la ideología del poder y, por tanto, en un enemigo de la humanidad.
La respuesta de Jesús es radical y definitiva y supone la derrota del tentador: “no se puede servir a dos señores”. Jesús apuesta por su fidelidad al plan de Dios.
Como en el musical, Jesús no se deja embaucar por las promesas de Demon, Luzbel y Satán y rompe un contrato que le hubiera asegurado muchos éxitos, pero le habría alejado definitivamente de su misión.
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