LA TRANSFIGURACIÓN, Y EL SESGO DE CONFIRMACIÓN
En este segundo domingo de Cuaresma nos encontramos con uno de estos textos que solo la costumbre o el desinterés pueden hacer que sigamos escuchando o leyendo tan tranquilos sin preguntarnos sobre el significado que encierra tan extraño relato. Ya Orígenes de Alejandría en el siglo III escribía en su obra “Sobre los principios”, refiriéndose a la Escritura, que “a menudo el sentido literal designa no solo cosas ilógicas, sino incluso cosas imposibles”. Y si hablamos de cosas raras, que desafían nuestra comprensión y sentido común, este texto las tiene por todos los lados.
Pues, precisamente esas cosas ilógicas e imposibles constituyen con frecuencia la piedra en el camino que debe hacernos caer en la cuenta de que existe un significado no tan evidente. Es decir, no se trata de rechazar el texto por irreal o mitológico; sino que, una vez más, hemos de dejarnos guiar por la convicción de que la intención del evangelista no es narrar una biografía ni presentar los hechos como una crónica periodística, sino anunciar una buena noticia. Por eso debemos preguntarnos qué es lo que quiso decir a través del envoltorio mitológico de su relato.
Por tanto, en primer lugar, hay que tener claro que esta escena nunca ocurrió, sino que es una formidable invención de los evangelistas con intención teológica. La enorme densidad simbólica de la escena nos ayuda a caer en la cuenta de lo trascendente del mensaje que encierra: como otros relatos semejantes (el bautismo de Jesús, cuando camina sobre las aguas o calma la tormenta) “son un ensayo de interpretación de la misteriosa profundidad que se sentía en Jesús, atribuyéndosela a su fuente: la potente presencia de Dios en él” (Roger Lenaers, 2020).
Vayamos entonces al texto y descubramos la intención del evangelista través de unas categorías ajenas a nuestra mentalidad moderna, pero que eran familiares en el universo cultural judeocristiano del siglo I (probablemente, Marcos escribe para comunidades donde conviven cristianos de origen pagano con otros que provienen del judaísmo helenista).
Lo primero que nos encontramos es una sorprendente datación histórica: “a los seis días”. Es sorprendente porque es muy inusual que Marcos utilice marcas temporales; sin embargo, no resulta tan sorprendente para el conocedor del Antiguo Testamento que sabe que el “sexto día” está asociado a la creación del hombre y la mujer. La escena narrada a continuación va a describir la plenitud de la obra creadora de Dios en el Génesis; dicho de otra manera, va a presentar a Jesús como el hombre nuevo definitivo.
A continuación, se dice que Jesús toma consigo a Pedro, Juan y Santiago y sube con ellos a un monte alto. El monte representa en muchas culturas la esfera divina y en el mundo bíblico está asociado al monte Sinaí, donde el pueblo de Israel fue testigo de una teofanía; pero aquí no es Yahvé, sino Jesús el que se manifiesta. El aparente secreto de escoger solo a tres de sus seguidores no tiene que ver con una especie de premio o consideración especial por tratarse de los más cercanos; más bien al contrario, son aquellos que presentan una mayor resistencia al mensaje del maestro. En el capítulo anterior, Pedro ha conminado a Jesús cuando éste anuncia el destino que le espera en Jerusalén y a Juan y Santiago los ha apodado “los hijos del Trueno” por su tendencia autoritaria y su afán de poder (aparecerá claramente cuando pidan los mejores puestos en un supuesto reino terrenal de Jesús).
Los discípulos aún no han comprendido la calidad de su mesianismo de amor y entrega hasta la muerte, a pesar de las enseñanzas con las que acompaña su camino hacia Jerusalén. Por eso, lo intenta de nuevo conduciéndolos a una experiencia que pueda abrirles definitivamente los ojos.
La experiencia en forma de visión tiene tres momentos. En el primero, “Jesús se transfiguró ante ellos”. Esta expresión, no muy utilizada en el lenguaje común, significa sencillamente que cambió de aspecto. Marcos ciñe este cambio a sus vestidos que “se volvieron de un blanco deslumbrador”. La blancura y la luz son claramente signos de la gloria divina y se asocian a la resurrección (las vestiduras blancas volverán a aparecer en el personaje del sepulcro que anuncia que Jesús está vivo).
Esta visión, cuando poco antes ha anunciado que tiene que padecer y morir a manos de las autoridades, expresa que la entrega por amor no conduce al fracaso del proyecto de Jesús, sino que es la condición para alcanzar la plenitud de la vida. Además, la mención de que ningún batanero podría blanquear así, es una manera de indicar que esta vida definitiva no es solo fruto del esfuerzo humano, sino que es principalmente un don amoroso de Dios.
Pasamos al segundo momento: “se les apareció Elías con Moisés, estaban conversando con Jesús”. Elías y Moisés son los dos paladines de la tradición judía que, a su vez, representan al Antiguo Testamento: la Ley (Moisés) y los profetas (Elías). La expresión “conversar” remite al capítulo 34 del Éxodo donde se dice que Moisés conversaba con Yahvé en la Tienda del Encuentro para recibir instrucciones. Ahora es Jesús quien toma el papel de Yahvé e imparte “instrucciones” a las grandes figuras de las Escrituras judías.
El sentido es claro: Jesús no está subordinado a la tradición judía, ni tan siquiera a la Ley. Es más bien al revés, todo en el Antiguo Testamento debe ser interpretado a la luz de la persona y el mensaje de Jesús; aquello que no sea coherente con ese mensaje, está caducado o carece de valor. En consecuencia, los discípulos no pueden atarse a lo antiguo, no pueden intentar encajar a Jesús en las categorías de la tradición, sino que han de aceptar la novedad del vino nuevo de Jesús: “la ley y los profetas no tienen ni comparación con Jesús; es superior a ellos y solo él es propuesto como norma seguimiento” (Carlos Bravo, 1991).
La intervención de Pedro proponiendo hacer “tres chozas” manifiesta a las claras que no ha sido capaz de interpretar la visión. En las chozas resuena una de las más importantes fiestas judías, la fiesta de los Tabernáculos o de las Chozas. Era una fiesta muy relacionada con la expectación popular de un mesianismo nacionalista. Al querer hacer una choza para cada uno de los tres, los está poniendo en el mismo nivel. Es decir, sigue considerando el mesianismo de Jesús como subordinado a la tradición.
A continuación, se indica que “estaban aterrados”. Es decir, no han sido capaces de captar la buena noticia del amor incondicional de Dios que supera a la muerte, sino que siguen anclados en una religiosidad que infunde miedo. Y no es para menos si consideraban que Jesús estaba “a partir un piñón” con dos personajes insignes del judaísmo, pero cargados con grandes dosis de violencia hacia paganos e infieles.
Llegamos al tercer momento de la escena: la nube que los cubre y la voz que dice “éste es mi Hijo, el amado, escuchadlo”. La nube es también signo de la presencia de Dios (en el Éxodo, Dios acompaña al pueblo en forma de nube por el día y como columna de fuego, por la noche). Ante la tozudez de los discípulos, es como si Dios mismo hubiera perdido la paciencia y dijera con toda su autoridad: “os lo voy a explicar para que os quede claro”.
Jesús es el Hijo de Dios, su ser es el de Dios, sus palabras son las de Dios, su actuar es el de Dios, su amor es el de Dios… La petición, casi la orden, de que lo escuchen a él viene a insistir en la idea de que es a Jesús a quien tienen que escuchar y no a las antiguas Escrituras. Porque Jesús es la manifestación definitiva y plena de Dios.
De repente, “al mirar alrededor ya no vieron a nadie más”. Los discípulos siguen a lo suyo, no han entendido nada; más bien han interpretado todo lo que han experimentado desde sus propios prejuicios e ideas preconcebidas. Hoy diríamos que han sido víctimas del sesgo de confirmación (trampa del pensamiento por la que nos quedamos selectivamente con aquella información que confirma nuestras ideas y desechamos el resto). Por eso, al bajar del monte, Jesús les advierte que no divulguen nada de lo que han visto porque no han sabido interpretarlo y puede servir para confundir al resto de los discípulos.
No será hasta la muerte de Jesús y la crisis que les llevará a reinterpretar todo aquello que habían vivido al lado de Jesús, cuando los discípulos serán capaces de liberarse de sus falsas concepciones y colocar esta experiencia en su lugar.
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